Retiro para la Inmaculada



Por: Fray Rufino Maria Grandez, OFMCap


“…y en él no hay pecado” (1Jn 3,5)


La Inmaculada es un oasis del espíritu, es un refugio celestial en esta tierra del corazón que busca belleza, paz, cielo azul.
La Inmaculada es un jardín de colores divinos, oreado por un viento venido del cielo; es la ensoñación que uno lleva dentro de sí, como secreto y anhelo puro de su ser.
Y si nuestro empeño deriva en el reino de la Palabra, la Inmaculada es la pura poesía que uno quisiera decir al abrir sus labios.
Es la rima de Dios, si la vida se vierte en canto.
En suma, que la Inmaculada es el lúcido reflejo que uno lleva dentro de sí mismo, y que solo Dios me lo puede comprender.
Acaso quien habla necesite el don de lenguas para decir la alabanza que quisiera proferir al Señor Dios, a quien podemos cantar. En el don de lenguas se profieren cosas que no se entienden, pero que van moduladas a tono con el Espíritu. Esa música callada, cantada sonoramente a María Inmaculada, es una lengua del Espíritu para que la Virgen, hoy la Madre piadosa de nuestra peregrinación, la escuche complacida, y nos devuelva una sonrisa que cubra el corazón.
¿He dicho algo con esta efusión lírica que no es el preámbulo de nada?
Sí, he dicho; le he enviado un mensaje de amor a la Madre del amor hermoso, pregustando la Eucaristía de su fiesta.
Pero quizás sea bueno descabalgarse de la Nube, y comenzar a tejer el hijo del discurso, para comenzar a cantar con notas y melodía.
Es la antevíspera de la fiesta cuando, meditativo, escribo.
Iniciemos.


1. La Inmaculada estaba en Cristo y de Cristo ha venido

1. La Inmaculada es un “hecho” y un “misterio”. Como hecho es algo que “acontece”, que “ha acontecido”, algo que ha sucedido. Esto que en su momento sucedió configuró un ser y eso permanece para siempre. Estamos profesando esta verdad de nuestra fe: que María, en el momento de su concepción humana, no fue concebida en pecado, sino exenta de pecado, sin mácula, “inmaculada”.
Este hecho que se realiza en el ámbito del mundo creado es, en sí mismo, misterio. Igualmente el hecho de que un ser humano – hombre o mujer – sea concebido con la mancha original, es misterio.
En un caso y en otro (ser concebido con pecado, sin pecado) se trata de “realidades”, pero realidades que no se pueden demostrar: son misterio.
Tenemos, por tanto, que el arranque del ser humano – con pecado o sin pecado – pertenece al misterio de Dios, queda afincado en Dios, pertenece a Dios, y no hay acceso por las vías del conocimiento histórico para llegar hasta él y capturarlo.
En suma y escuetamente:
- Es un hecho que el ser humano sea concebido en pecado o sin pecado.
- Y este hecho es un misterio.
Pensando en María, hemos de decir: No hay una demostración histórica – ni puede haberla – para avalar la Inmaculada concepción de María.

2. Para llegar a aceptar un hecho de fe no hay otra vía que esta: saber que Dios lo ha revelado como tal. La pregunta viene pues a definirse así: ¿Cómo sabemos que Dios ha revelado que María de Nazaret fue concebida sin pecado?
-  Es que la misma Virgen tuvo que decirlo y lo dijo algún día y esta verdad o confidencia se fue transmitiendo. Argumento imaginativo que se desvanece por sí mismo.
- Es que está incluido en las palabras del ángel: “llena de gracia”. No; por el mero sentido del lenguaje no se puede concluir esta verdad.
-  Es que si María no tuvo pecado original, no tuvo tampoco la “concupiscencia pecaminosa” (fomes peccati), que nosotros sí tenemos; y, por lo tanto, era distinta de todas, y eso todo el mundo pudo verlo y eso se transmitió. Respuesta: Puro argumento imaginativo para utilizar, con razones históricas, la supuesta psicología de María como apoyo de un hecho misterioso.
-  En gracia a la brevedad, ninguna de estas razones y otras que quieran ser excogitadas nos lleva, por pasos seguros, a esta verdad: la concepción inmaculada de una mujer llamada María.

3. La recta vía es partir de Jesús, para llegar a una conclusión a modo de evidencia contemplativa de la fe de la Iglesia. He aquí los pasos de este camino:
*  Jesús es el Santo, el todo Santo, el Santo de Dios: “y en él no hay pecado” (1Jn 3,5).
* La santidad del Hijo – que la conocimos esplendorosamente en el momento de la resurrección – irradia sobre la Madre, y constituye a María santa desde su albor en nuestra historia.
*  Por tanto, la santidad inmaculada de María, en el momento de su concepción, antes que una verdad mariana es una verdad cristológica; es una verdad que atañe a Cristo Jesús en calidad de Hijo de Dios. Y desde ahí atañe también a la Virgen María.
ü  Y así la misma verdad se convierte obviamente en una verdad mariana.
ü  Y el único modo de conocimiento, el modo como llegó esta verdad al corazón de la Iglesia para entregarla a los fieles, no es otro sino el modo de la fe contemplativa de la Iglesia. La Iglesia esposa, al contemplar amando a su esposo, Cristo, ve que la santidad del Esposo pasa a la Madre que le traía al mundo.

4. Según esta perspectiva, el dogma de la Inmaculada concepción de María se ha formulado con estas dos referencias cristológicas:
- fue para preparar una digna morada al Hijo (dignum Flio tuo habitaculum praeparasti)
- fue por los méritos de la Pasión salvadora y santificadora de Cristo, que, en el poder de Dios, ya estaban obrando antes de que aconteciera (ex morte Filii tui praevisa).
Dice, pues, la oración del día: “Dios todopoderoso, que por la inmaculada concepción de la Virgen María preparaste una morada digna para tu Hijo y, en atención a los méritos de la muerte redentora de Cristo, al preservaste de toda mancha de pecado, concédenos, pro su maternal intercesión, vivir en tu presencia sin pecado”.


2. María, consagrada por Dios, en Cristo

5. La Virgen se escapa de nuestros esquemas de historia y de psicología. ¿Qué sabemos de ella, de su ser íntimo, de su misterio? Solo lo que sabemos desde Cristo y por Cristo. Por esto, nosotros recibimos a la Virgen María
*  Como pura transparencia de Cristo.
* Como obra del poder de Dios.
* Como imagen de lo que el Padre por el Espíritu y mediante Cristo quiere hacer en su Iglesia y en mí. María es la efigie de la Iglesia.
Si aceptamos este planteamiento como pista de lanzamiento, entonces el teólogo especulativo comienza a volar y volar. Se diría que todo el cielo es suyo para su vuelo.
Los primeros vuelos teológicos son los Evangelios de la Infancia (Mt 1-2 y Lc 1-2), en los que la figura de la Virgen María, avanzada la era apostólica, adquiere unos perfiles bellísimos, siempre por explorar, fundamento de toda la mariología posterior.

6. Retrotrayendo el misterio a los orígenes, con la liturgia podemos contemplar a María en las fuentes de donde todo nace. Esta es la alabanza que levanta la carta a los Efesios en su himno de apertura:
“¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo
para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo
según el beneplácito de su voluntad
a ser sus hijos,
para alabanza de la gloria de su gracia…” (Ef 1,3-6).
En ese primer momento estábamos nosotros – hijos en el Hijo – en ese entonces, sin principio, estaba la Inmaculada, la Madre del Señor.
Si esta es la primar imagen de María, nada extraño que al tradición cristiana la haya visto en el paraíso junto a Cristo Redentor.


7. Por un instinto de amor, porque el que ama quiere conocer, quisiéramos nosotros indagar sobre la vida de nuestra Madre: cómo era de niña, cómo de jovencita, cómo en el momento de la Encarnación, qué pasaba en su corazón, cómo era su psicología… Nuestra ingenua curiosidad queda defraudada, como tampoco – mucho menos – alcanzamos a saber la psicología de Jesús, Verbo Encarnado. Cómo en el fondo de su ser dialogaban humanidad y divinidad, cuando la unión era indivisa. Ignoramos qué significa no tener ni pecado ni concupiscencia, y, con todo, ser libre para elegir, para caminar en al obediencia de la fe.


3. María, ruta de la humanidad

8. María, criatura hija de Adán, en la que Dios se ha volcado aparece toda ella como hechura divina. Dios se ha prodigado en ella. Queda para siempre como referencia de lo que Dios puede hacer; es la nueva humanidad, es la maravilla del Dios de las maravillas. En ella alabamos a Dios, y al volver nuestros ojos de ella a nosotros, nuestra vida queda reorientada, pues al contemplación de la Virgen María nos invita a ver:
- que Dios es grande
- que Él esta presente
- que Él despliega se poder y hacer maravilla en aquella hija de Sión, y en mí, desconocido peregrino de la tierra.
Dios lo puede todo, ¡gloria a Él!

9. María es el camino de la juventud, la Inmaculada. Sí, porque la juventud, por propia definición, es el camino que emerge en la familia humana; la juventud es el proyecto del futuro, el ímpetu que avanza en el mundo.
Es hermoso pensar en la Vigilia de la Inmaculada que en variadas iglesias congregará a miles de jóvenes. La Virgen María es la carta de identidad de Dios: Dios es así, porque obra así. Y es la carta de identidad de la Iglesia, porque María es la criatura que ha respondido al favor divino con la integridad de su fe.
La fe es la belleza resplandeciente de María, el reverbero de la gloria que Dios le da.

10. Y así debo considerar a María Virgen camino de mi propia vida. ¿Quién y qué es la Virgen María para mí, contemplada en el misterio de su inmaculada concepción?

*  María es canto gozo a la gloria de Dios. Bendigo al Señor al contemplar a la Virgen pura.
*  María es la confessio fidei, es la confesión de fe de la Iglesia y mío.
*  María es la confianza de mi futuro.

La fiesta de la Inmaculada nos trae, ante todo, un caudal de acción de gracias y de alegría. Puesto que ella es, toda ella, gloria de Dios, dejemos que el alma de desate para glorificar a Dios con esa contemplación. Y sintamos que canta nuestra alma y canta nuestro cuerpo; el ser humano entra en danza cuando contempla lo que Dios hizo para en el principio, para que su Hijo tuviera digna morada al entrar en la tierra.

María es mi confesión de fe. La fe confiesa a Dios, no a las criaturas. Y, al confesar a Dios, yo confieso el misterio del Dios encarnado, desde el corazón de la Virgen María voy desgranando mi confesión a Dios, que no es otra que el ir repasando los atributos divinos para proclamar que todo eso vino al mundo derramado graciosamente, gratuitamente, en la Virgen María, que amaneció inmaculada.
Comprendo que en alas del amor voy tejiendo una Mariología de exaltación y gloria. Con ello no quiero alejarme de los humildes, que tienen derecho a soñar. Hay otra mariología – mejor, otros aspectos de una misma Mariología – de los siervos sufrientes; ahora me interesaba poner en evdiencia estos destellos celestiales.

En fin, María es mi futuro, en este sentido: Yo creo en el amor de Dios; yo espero en el amor de Dios; yo creo en la Virgen María como en criatura a la que Dios ha bendecido más que a todos los seres de esta tierra.
¡Al Dios de amor sea toda la gloria por los siglos de los siglos! Amén.

Guadalajara, Jalisco, 6 diciembre 2012.

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