Benedicto se despide del Colegio Cardenalicio: "Que el Señor os muestre Su voluntad"

Siempre estaréis cerca de mi, aunque permanezca oculto al mundo. La Iglesia está en el mundo, pero no es del mundo

(Jesús Bastante).- "Garantizo mi obediencia al futuro Papa". Benedicto XVI se dirigió a los cardenales, congregados en la Sala Clementina. Aunque no estaba previsto, el todavía Pontífice pronunció unas palabras a aquellos que tendrán la responsabilidad de elegir a su sucesor. "Que el Señor os muestre Su voluntad", afirmó.
Y sus últimas palabras fueron un llamamiento de obediencia y comunión. "Permanecemos unidos queridos hermanos", apuntó el Papa, quien añadió, igual que lo hiciera la semana pasada, que "siempre estaréis cerca de mi, aunque permanezca oculto al mundo. La Iglesia está en el mundo, pero no es del mundo".
El Obispo de Roma se refirió a la Iglesia y dijo que ésta no es una "institución inventada por alguien, construida sobre una mesa, sino una realidad viviente, que vive transformándose aunque su naturaleza siempre es la misma, ya que su naturaleza es Cristo"
"Seguiré especialmente estando cerca con la oración, especialmente en los próximos días para que estéis totalmente iluminados por el Espíritu Santo en la elección del nuevo Papa, que el Señor os muestre lo que él desea. Entre vosotros está el futuro Papa al que desde hoy ya le prometo mi reverencia y obediencia", añadió.
Con anterioridad, el cardenal decano, Angelo Sodano, leyó un discurso de agradecimiento al Papa, y destacó su ejemplo en estos ocho años de Pontificado que ahora terminan. "Somos nosotros quienes debemos agradecerle por el ejemplo que nos ha dado en estos ocho años de Pontificado", dijo Sodano, quien concluyó sus palabras con el "¡Que Dios se lo pague!". Tras la bendición, el Papa saludó, uno por uno, a todos los purpurados. Los príncipes de la Iglesia toman el relevo.
Extractos del discurso papal
Quisiera decirles, tomando como referencia la experiencia de los discípulos de Emmaus, que también para mí ha sido una alegría caminar con ustedes en estos años, en la luz de la presencia del señor resucitado. Como dije ayer, ante miles de fieles que llenaban la Plaza de San Pedro, vuestra cercanía, vuestro consejo me han sido de gran ayuda en mi ministerio.
En estos ocho años hemos vivido con fe momentos bellísimos de luz radiante en el camino de la Iglesia, junto a momentos en los cuales algunas nubes se adensaron en el cielo.
Hemos tratado de servir a Cristo y a su Iglesia con amor profundo y total, que es el alma de nuestro ministerio. Hemos donado esperanza, esa que nos viene de Cristo y que sólo puede iluminar el camino. Juntos podemos agradecer al señor, que nos ha hecho crecer en la comunión, juntos pedirle de ayudarnos a crecer aún más en esta unidad profunda, de tal forma que el Colegio de los Cardenales sea como una orquesta, donde las diversidades, expresión de la Iglesia universal, concurran siempre a la superior y concorde armonía.
Quisiera dejarles un pensamiento simple, que me importa mucho: un pensamiento sobre la Iglesia, sobre su misterio, que constituye para todos nosotros -por así decir,- la razón y la pasión de la vida. La Iglesia no es una institución pensada y construida en el escritorio, es una realidad viviente. Ella vive a lo largo del tiempo, en devenir, como todo ser viviente, transformándose. Aún así su naturaleza es siempre la misma, su corazón es Cristo.
Permanezcamos unidos, queridos hermanos, en este ministerio. En la oración y especialmente en la Eucaristía cotidiana, así servimos a la Iglesia y a la entera humanidad. Esta es nuestra alegría, que ninguno puede quitar.
Antes de despedirme quiero decirles que continuaré a estarles cercanos con la oración, especialmente en los próximos días, para que seáis plenamente dóciles a la acción del Espíritu Santo en la elección del nuevo Papa. Que el señor os muestre su voluntad. Entre ustedes, en el Colegio de Cardenales, está el futuro Papa, al cual ya desde hoy prometo incondicionada reverencia y obediencia.
                           
Palabras del decano del Colegio Cardenalicio a Benedicto XVI
Santidad,
Con gran emoción los Padres Cardenales presentes en Roma se estrechan hoy en torno a Usted, para manifestarle una vez más su profundo afecto y para expresarle su viva gratitud por Su testimonio de abnegado servicio apostólico, por el bien de la Iglesia de Cristo y de la humanidad entera.
El pasado sábado, al final de los Ejercicios Espirituales en el Vaticano, Usted ha querido agradecer a Sus Colaboradores de la Curia Romana, con estas conmovedoras palabras: queridos amigos me gustaría daros las gracias a todos, y no sólo por esta semana, sino por estos ocho años, en que habéis llevado conmigo, con gran competencia, afecto, amor y fe, el peso del ministerio petrino.

Amado y venerado Sucesor de Pedro, somos nosotros quienes debemos agradecerle por el ejemplo que nos ha dado en estos ocho años de Pontificado. El 19 de abril de 2005 Usted se insertaba en la larga cadena de Sucesores del Apóstol Pedro y hoy, 28 de febrero de 2013, Usted se dispone a dejarnos, en espera que el timón de la barca de Pedro pase a otras manos. Así se continuará aquella sucesión apostólica, que el Señor ha prometido a su Santa Iglesia, hasta cuando sobre la tierra se oirá la voz del Ángel del Apocalipsis que proclamará: "Tempus non erit amplius ... consummabitur mysterium Dei" (Ap 10, 6-7) "¡Se acabó el tiempo de la espera!.. Se cumplirá el misterio de Dios!". Terminará así la historia de la Iglesia, junto a la historia del mundo, con el adviento de cielos nuevos y tierra nueva.
Padre Santo, con profundo amor hemos tratado de acompañarle en Su camino, reviviendo la experiencia de los discípulos de Emaús, quienes, luego de haber caminado con Jesús por un buen trecho, se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino?" (Lc 24,32).
Sí, Padre Santo, sepa que también nuestros corazones ardían cuando caminábamos con Usted en estos últimos ocho años. Hoy una vez más queremos expresarle toda nuestra gratitud.
En coro Le repetimos una expresión típica de Su querida tierra natal: "Vergelt's Gott", ¡que Dios se lo pague!

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