“¡Bendito sea el Rey que viene en el Nombre del Señor!” (Lc 19,38)

Dominus flevit, ¨donde el Señor lloró¨, Jerusalen, Tierra Santa
 
 
Con el domingo de Ramos empezamos la semana más importante de nuestra fe. Los antiguos la llamaban la gran semana, o la semana mayor.
De hecho en estos días celebramos el misterio central de nuestra fe: la entrega, la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo. En verdad para nosotros cristianos, es como si ésta semana tuviera ocho días, desde este domingo hasta el próximo domingo. La Iglesia nos desafía a vivir estos días con fuerza, en espíritu de profunda oración, de penitencia, de caridad, de conversión, de búsqueda y de ofrenda de perdón y de participación activa en la comunidad eclesial.
Celebramos la entrada de Jesús a Jerusalén. El pueblo hace una fiesta para recibir a Jesús. Lo aclaman como profeta y adornan su camino como a su rey. Pero Jesús no se ilusiona Él sabe lo que le espera en Jerusalén. Él sabe que hasta esta manifestación popular instigará aun más a los que no lo aceptan, y lo quieren matar. Las aclamaciones del pueblo son como un combustible sobre la envidia, la rabia, la ceguera. Nada peor para los que son malos que ver la gloria de aquellos a quien odian. Y Jesús conocía sus corazones. Sin embargo, Jesús no evita estas manifestaciones. Al contrario las promueve, entra en Jerusalén solemnemente. Él sabe que su hora está llegando. Él siente que su misión ya está por terminar. Ya bastan las enseñanzas, él quiere ahora manifestar con su vida, con su capacidad de sufrir, la grandeza del amor de Dios por nosotros.
Al final es para esto que él vino: para revelarnos hasta que punto Dios nos ama. Con palabras se puede decir el cuanto se ama. Con sus parábolas, con sus comparaciones, con sus milagros él ya nos había hecho entender que Dios es realmente bueno, nos quiere mucho y desea el bien para todos nosotros. Pero cuando lo vemos a él, Dios omnipotente, clavado en una cruz, y sabemos que él no necesitaba estar allí, mas lo hizo por nosotros, entonces descubrimos que las palabras son débiles, y por más que digamos, no podemos describir el amor de Dios. Solamente la contemplación del crucificado puede ser para nosotros una ventana que nos abre al gran misterio del corazón de Dios.
Por otro lado Jesús sabia que en su cruz, en su sacrificio total, nos daría la medicina para nuestros pecados, para nuestra libertad. El sabía que igual al árbol del paraíso, que tenía un fruto atrayente y que llevó Adán y Eva al pecado y la expulsión de la gracia, él mismo seria el nuevo fruto del árbol ahora plantado en este “valle de lagrimas”, que atraería a todos a él, y aquellos que se alimenten de él, serian llevados de nuevo al paraíso. El sabía que en sus heridas nosotros podremos encontrar la sanación de todos nuestros males.
Estimado hermano, vive profundamente esta semana santa, santifícate cada momento. Dentro de tu posibilidad acércate todos los días a una iglesia, participa de la misa, haz una buena confesión, contempla con los ojos y con el corazón el misterio del amor de Dios. Haz al menos una buena obra de caridad. Realiza un poco de penitencia, muéstrate que eres capaz de dominar tu cuerpo. Pues solamente así en el próximo domingo, octavo día de esta semana, podrás exultar de alegría en el Señor resucitado. Y entenderás que significa su resurrección en tu vida.
Que Dios te acompañe en la aventura de esta semana santa.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
Hno Mariosvaldo Florentino, capuchino

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