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Amense como Yo les he amado |
Jesús se estaba
despidiendo de sus apóstoles en la Ultima Cena. Les había dado un ejemplo de
amor y humildad con el lavatorio de los pies, y cuando salió Judas para
completar la traición, quiso tener palabras de más intimidad con aquellos
discípulos. Primero les habla de su “glorificación”. Es un tema que san Juan
siempre pone en relación con la muerte de Jesús en la cruz. Glorificar es
reconocer lo que una persona tiene de encomiable. En Jesús lo más encomiable es
el amor que manifiesta muriendo en la cruz, haciendo este acto maravilloso de
obediencia amorosa al Padre.
Jesús, que está en plan de despedida,
quiere hacer una manifestación de su última voluntad, que es lo mismo que decir
un testamento. Por eso les llama: “hijitos”, palabra que encierra mucha
ternura. Varias veces, cuando se refiere a sus discípulos, les llama
“hermanos”, como después de resucitar, al dar un mensaje a María Magdalena,
dirá: “di a mis hermanos...” Y en otras varias ocasiones. Aquí abre su corazón
paternal para manifestarles qué deben hacer si quieren permanecer siendo sus
discípulos.
Les da un
mandamiento nuevo. Esto del “nuevo” puede entenderse de varias maneras.
Quizá en primer lugar se refería a que les iba a mandar algo muy diferente de
lo que un buen israelita solía pedir a sus hijos. La última voluntad solía ser
una invitación a cumplir la ley de Dios. La novedad en Jesús es que no pide
algo concreto para realizar, sino tener una mentalidad nueva. Porque es muy
distinto hacer las cosas porque está mandado o hacerlas por amor. Esto será tan
importante que llegará a ser el distintivo del cristiano, de modo que el
discípulo de Cristo no se distinguirá porque cumple, sino porque ama. La vida
con amor es lo que dice san Juan en el Apocalipsis, que es la 2ª lectura de
hoy, que Dios prepara para nosotros “un cielo nuevo y una tierra nueva”. Algo
que Dios quiere, pero que nosotros debemos colaborar para ello.
Existen muchos
clubes y asociaciones para todos los gustos. Los hay deportivos, políticos,
sociales, con actividades intelectuales o de negocios. Todos tienen unas
normas, algún elemento que los identifica. Nosotros los cristianos, los
discípulos de Cristo, tenemos el amor. También podemos decir que nuestro emblema
es la cruz, porque en ella Jesús demostró su inmenso amor por nosotros.
Hoy Jesús nos
dice cuál es su última voluntad: que nos amemos. Pero no de cualquier manera,
sino como Él nos ha amado. Los discípulos que vivieron esas horas con temor,
pero también con amor a Jesús, tuvieron la gran experiencia de sentir hasta
dónde era el amor de Jesús. Por eso el mandamiento “nuevo” no consistía sólo en
el amor, de lo cual ya hablaba el Ant. Testamento, sino en la medida del amor.
Y la medida estaba en el amor de Jesús. Hoy que vemos tanta maldad y perversión
en el mundo, a veces se nos hace difícil ver el distintivo del amor en los
cristianos. Pero resulta que la maldad
es lo que más reluce en las “noticias”, mientras que la bondad y el amor muchas
veces quedan medio ocultos. Sin embargo hay mucha santidad y esperanza en el
mundo. Son muchos, cuyo esfuerzo principal es ayudar a los demás, no sólo por
ayudar, sino por amor, que es estimar a las personas, sin juzgar inútilmente y
con todas las cualidades maravillosas que nos cuenta san Pablo en el capítulo
13 de la primera carta a los Corintios.
Hay muchos santos ocultos.
La verdad es que
en varias naciones, quizá más adelantadas en lo material, si se pregunta,
muchos no distinguirían a los cristianos por el amor, sino por cosas raras o
por el afán de dinero, etc. Pero sí hay naciones donde hablar de cristianos es
hablar de quienes se sacrifican por acoger niños abandonados o enfermos de SIDA
o de lepra o drogadictos. Si examinamos la historia de la Iglesia son multitud
los que se han distinguido por hacer el bien como Francisco, Juan de Dios,
Vicente de Paúl, Camilo de Lelis, Teresa de Calcuta... Y multitudes conocidos y
desconocidos. Hoy es un día para hacer examen: ¿Mi vida se distingue por el
amor, el perdón, la amabilidad...?