Benedicto se despide del Colegio Cardenalicio: "Que el Señor os muestre Su voluntad"

Siempre estaréis cerca de mi, aunque permanezca oculto al mundo. La Iglesia está en el mundo, pero no es del mundo

(Jesús Bastante).- "Garantizo mi obediencia al futuro Papa". Benedicto XVI se dirigió a los cardenales, congregados en la Sala Clementina. Aunque no estaba previsto, el todavía Pontífice pronunció unas palabras a aquellos que tendrán la responsabilidad de elegir a su sucesor. "Que el Señor os muestre Su voluntad", afirmó.
Y sus últimas palabras fueron un llamamiento de obediencia y comunión. "Permanecemos unidos queridos hermanos", apuntó el Papa, quien añadió, igual que lo hiciera la semana pasada, que "siempre estaréis cerca de mi, aunque permanezca oculto al mundo. La Iglesia está en el mundo, pero no es del mundo".
El Obispo de Roma se refirió a la Iglesia y dijo que ésta no es una "institución inventada por alguien, construida sobre una mesa, sino una realidad viviente, que vive transformándose aunque su naturaleza siempre es la misma, ya que su naturaleza es Cristo"
"Seguiré especialmente estando cerca con la oración, especialmente en los próximos días para que estéis totalmente iluminados por el Espíritu Santo en la elección del nuevo Papa, que el Señor os muestre lo que él desea. Entre vosotros está el futuro Papa al que desde hoy ya le prometo mi reverencia y obediencia", añadió.
Con anterioridad, el cardenal decano, Angelo Sodano, leyó un discurso de agradecimiento al Papa, y destacó su ejemplo en estos ocho años de Pontificado que ahora terminan. "Somos nosotros quienes debemos agradecerle por el ejemplo que nos ha dado en estos ocho años de Pontificado", dijo Sodano, quien concluyó sus palabras con el "¡Que Dios se lo pague!". Tras la bendición, el Papa saludó, uno por uno, a todos los purpurados. Los príncipes de la Iglesia toman el relevo.
Extractos del discurso papal
Quisiera decirles, tomando como referencia la experiencia de los discípulos de Emmaus, que también para mí ha sido una alegría caminar con ustedes en estos años, en la luz de la presencia del señor resucitado. Como dije ayer, ante miles de fieles que llenaban la Plaza de San Pedro, vuestra cercanía, vuestro consejo me han sido de gran ayuda en mi ministerio.
En estos ocho años hemos vivido con fe momentos bellísimos de luz radiante en el camino de la Iglesia, junto a momentos en los cuales algunas nubes se adensaron en el cielo.
Hemos tratado de servir a Cristo y a su Iglesia con amor profundo y total, que es el alma de nuestro ministerio. Hemos donado esperanza, esa que nos viene de Cristo y que sólo puede iluminar el camino. Juntos podemos agradecer al señor, que nos ha hecho crecer en la comunión, juntos pedirle de ayudarnos a crecer aún más en esta unidad profunda, de tal forma que el Colegio de los Cardenales sea como una orquesta, donde las diversidades, expresión de la Iglesia universal, concurran siempre a la superior y concorde armonía.
Quisiera dejarles un pensamiento simple, que me importa mucho: un pensamiento sobre la Iglesia, sobre su misterio, que constituye para todos nosotros -por así decir,- la razón y la pasión de la vida. La Iglesia no es una institución pensada y construida en el escritorio, es una realidad viviente. Ella vive a lo largo del tiempo, en devenir, como todo ser viviente, transformándose. Aún así su naturaleza es siempre la misma, su corazón es Cristo.
Permanezcamos unidos, queridos hermanos, en este ministerio. En la oración y especialmente en la Eucaristía cotidiana, así servimos a la Iglesia y a la entera humanidad. Esta es nuestra alegría, que ninguno puede quitar.
Antes de despedirme quiero decirles que continuaré a estarles cercanos con la oración, especialmente en los próximos días, para que seáis plenamente dóciles a la acción del Espíritu Santo en la elección del nuevo Papa. Que el señor os muestre su voluntad. Entre ustedes, en el Colegio de Cardenales, está el futuro Papa, al cual ya desde hoy prometo incondicionada reverencia y obediencia.
                           
Palabras del decano del Colegio Cardenalicio a Benedicto XVI
Santidad,
Con gran emoción los Padres Cardenales presentes en Roma se estrechan hoy en torno a Usted, para manifestarle una vez más su profundo afecto y para expresarle su viva gratitud por Su testimonio de abnegado servicio apostólico, por el bien de la Iglesia de Cristo y de la humanidad entera.
El pasado sábado, al final de los Ejercicios Espirituales en el Vaticano, Usted ha querido agradecer a Sus Colaboradores de la Curia Romana, con estas conmovedoras palabras: queridos amigos me gustaría daros las gracias a todos, y no sólo por esta semana, sino por estos ocho años, en que habéis llevado conmigo, con gran competencia, afecto, amor y fe, el peso del ministerio petrino.

Amado y venerado Sucesor de Pedro, somos nosotros quienes debemos agradecerle por el ejemplo que nos ha dado en estos ocho años de Pontificado. El 19 de abril de 2005 Usted se insertaba en la larga cadena de Sucesores del Apóstol Pedro y hoy, 28 de febrero de 2013, Usted se dispone a dejarnos, en espera que el timón de la barca de Pedro pase a otras manos. Así se continuará aquella sucesión apostólica, que el Señor ha prometido a su Santa Iglesia, hasta cuando sobre la tierra se oirá la voz del Ángel del Apocalipsis que proclamará: "Tempus non erit amplius ... consummabitur mysterium Dei" (Ap 10, 6-7) "¡Se acabó el tiempo de la espera!.. Se cumplirá el misterio de Dios!". Terminará así la historia de la Iglesia, junto a la historia del mundo, con el adviento de cielos nuevos y tierra nueva.
Padre Santo, con profundo amor hemos tratado de acompañarle en Su camino, reviviendo la experiencia de los discípulos de Emaús, quienes, luego de haber caminado con Jesús por un buen trecho, se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino?" (Lc 24,32).
Sí, Padre Santo, sepa que también nuestros corazones ardían cuando caminábamos con Usted en estos últimos ocho años. Hoy una vez más queremos expresarle toda nuestra gratitud.
En coro Le repetimos una expresión típica de Su querida tierra natal: "Vergelt's Gott", ¡que Dios se lo pague!

Palabras de despedida del Santo Padre Benedicto XVI

 
 
¡Venerados hermanos en el Episcopado!
¡Distinguidas autoridades!
¡Queridos hermanos y hermanas!
Os agradezco por haber venido tan numerosos a esta última audiencia general de mi pontificado.
Como el apóstol Pablo en el texto bíblico que hemos escuchado, también yo siento en mi corazón el deber sobre todo de agradecer a Dios, que guía y hace crecer a la Iglesia, que siembra su Palabra y así alimenta la fe en su Pueblo.
En este momento mi ánimo se extiende para abrazar a toda la Iglesia difundida en el mundo y doy gracias a Dios por las "noticias" que en estos años del ministerio petrino he podido recibir acerca de la fe en el Señor Jesucristo y de la caridad que está en el Cuerpo de la Iglesia y lo hace vivir en el amor y de la esperanza que nos abre y nos orienta hacia la vida en plenitud, hacia la patria del Cielo.
Siento que he de llevar a todos en la oración, en un presente que es el de Dios, donde recojo todo encuentro, todo viaje, toda visita pastoral. Todo y a todos los recojo en la oración para confiarlos al Señor porque tenemos pleno conocimiento de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual, y porque podemos comportarnos de manera digna de Él, de su amor, dando fruto en toda obra buena (cfr Col 1,9-10).
En este momento, hay en mí una gran confianza, porque sé, sabemos todos nosotros, que la Palabra de verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida. El Evangelio purifica y renueva, da fruto, donde esté la comunidad de los creyentes lo escucha y acoge la gracia de Dios en la verdad y vive en la caridad. Esta es mi confianza, esta es mi alegría.
Cuando el 19 de abril de hace casi ocho años, acepté asumir el ministerio petrino, tuve firme esta certeza que siempre me ha acompañado. En aquel momento, como ya he dicho varias veces, las palabras que resonaron en mi corazón fueron: "¿Señor, qué cosa me pides?" Es un peso grande el que me pones sobre la espalda, pero si Tú me lo pides, en tu palabra lanzaré las redes, seguro que Tú me guiarás.
Y el Señor verdaderamente me ha guiado, ha estado cercano a mí, he podido percibir cotidianamente su presencia. Ha sido un trato de camino de la Iglesia que ha tenido momentos de alegría y de luz, pero también momentos no fáciles; me he sentido como San Pedro con los Apóstoles en la barca sobre el lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa ligera, días en los que la pesca ha sido abundante; y ha habido también momentos en los que las aguas estaban agitadas y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir.
Pero siempre he sabido que en aquella barca está el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya y no la deja hundirse; es Él quien la conduce ciertamente también a través de hombres que ha elegido, porque así lo ha querido. Esta ha sido y es una certeza que nada puede ofuscar. Y es por esto que hoy mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios porque no ha dejado nunca que le falte a la Iglesia y también a mí su consuelo, su luz y su amor.
Estamos en el Año de la Fe, que he querido para reforzar nuestra fe en Dios en un contexto que parece ponerlo siempre más en segundo plano. Quisiera invitar a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarnos como niños en los brazos de Dios, certeros de que esos brazos nos sostienen siempre y son lo que permite caminar cada día también en la fatiga. Quisiera que cada uno se sintiese amado por aquel Dios que nos ha dado a su Hijo a nosotros y que nos ha mostrado su amor sin límites.
Quisiera que cada uno sintiese la alegría de ser cristiano. En una bella oración que se recita cotidianamente en la mañana se dice: "Te adoro Dios mío y te amo con todo el corazón. Te agradezco por haberme creado, hecho cristiano…" Sí, estamos contentos por el don de la fe, ¡es el bien más precioso, que nadie nos puede quitar! Agradecemos al Señor por esto cada día, con la oración y con una vida cristiana coherente. ¡Dios nos ama, pero espera que también que nosotros lo amemos!
Pero no es solamente Dios a quien quiero agradecer en este momento. Un Papa no está solo en la guía de la Barca de Pedro, si bien es su primera responsabilidad, y yo no me he sentido solo nunca en llegar la alegría y el peso del ministerio petrino; el Señor me ha dado tantas personas que, con generosidad y amor a Dios y a la Iglesia, me han ayudado y han estado cercanas a mí.
Primero que nada a vosotros, queridos hermanos cardenales: vuestra sabiduría, vuestros consejos, vuestra amistad han sido para mí preciosos; mis colaboradores; comenzando por mi Secretario de Estado que me ha acompañado con fidelidad en estos años; la Secretaría de Estado y toda la Curia Romana, como también todos aquellos que, en diversos sectores, prestan su servicio a la Santa Sede: son muchos rostros que no aparecen, que se quedan en la sombra, pero en el silencio, en la dedicación cotidiana, con espíritu de fe y humildad han sido para mí un sostén seguro y confiable. ¡Un recuerdo especial para la Iglesia de Roma, mi diócesis!
No puedo olvidar a los hermanos en el Episcopado y en el presbiterado, las personas consagradas y todo el Pueblo de Dios: en las visitas pastorales, en los encuentros, en las audiencias, en los viajes, siempre he percibido una gran atención y un profundo afecto; pero también he querido a todos y a cada uno, sin distinción, con aquella caridad pastoral que da el corazón de Pastor, sobre todo de Obispo de Roma, de Sucesor del Apóstol Pedro. Cada día he tenido a cada uno de vosotros en mi oración, con corazón de padre.
Quisiera que mi saludo y mi agradecimiento alcanzase a todos: el corazón de un Papa se extiende al mundo entero. Y quisiera expresar mi gratitud al Cuerpo diplomático ante la Santa Sede, que hace presente a la gran familia de las naciones. Aquí también pienso en todos aquellos que trabajan para una buena comunicación y que agradezco por su importante servicio.
En este punto quisiera agradecer de corazón también a todas las numerosas personas en todo el mundo que en las últimas semanas me han enviado signos conmovedores de atención, de amistad en la oración. Sí, el Papa nunca está solo, y ahora lo experimento nuevamente de un modo tan grande que toca el corazón. El Papa pertenece a todos y a tantísimas personas que se sienten cercanos a él.
Es cierto que recibo cartas de los grandes del mundo: de los Jefes de Estado, de los jefes religiosos, de los representantes del mundo de la cultura, etcétera. Pero recibo también muchísimas cartas de personas sencillas que me escriben simplemente desde su corazón y me hacen sentir su afecto, que nace del estar juntos con Cristo Jesús, en la Iglesia. Estas personas no me escriben como se escribe por ejemplo a un príncipe o a un grande que no se conoce. Me escriben como hermanos y hermanas o como hijos e hijas, con el sentido de una relación familiar muy afectuosa.
Aquí se puede tocar con la mano qué cosa es la Iglesia: no es una organización ni una asociación de fines religiosos o humanitarios; sino un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. Experimentar la Iglesia de este modo y poder casi tocar con las manos la fuerza de su verdad y de su amor es motivo de alegría, en un tiempo en el que tantos hablan de su declive.
En estos últimos meses, he sentido que mis fuerzas han disminuido y he pedido a Dios con insistencia en la oración que me ilumine con su luz para hacerme tomar la decisión más justa no por mi bien, sino por el bien de la Iglesia. He dado este paso en la plena conciencia de su gravedad e incluso de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el coraje de tomar decisiones difíciles, sufrientes, teniendo siempre primero el bien de la Iglesia y no el de uno mismo.
Aquí permítanme volver una vez más al 19 de abril de 2005. La gravedad de la decisión estuvo en el hecho que desde aquel momento estaba siempre y para siempre ocupado en el Señor. Siempre quien asume el ministerio petrino no tiene más privacidad alguna. Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia.
A su vida se le retira, por así decirlo, la dimensión privada. He podido experimentar y lo experimento precisamente ahora, que uno recibe la vida justamente cuando la dona. Ya he dicho que muchas personas que aman al Señor aman también al Sucesor de San Pedro y le tienen afecto; que el Papa tiene verdaderamente hermanos y hermanas, hijos e hijas en todo el mundo, y que se siente seguro en el abrazo de su comunión; porque no se pertenece más a sí mismo, pertenece a todos y todos pertenecen a él.
El "siempre" es también un "para siempre": no se puede volver más a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recibimientos, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que quedo de modo nuevo ante el Señor crucificado.
Ya no llevo la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, sino que en el servicio de la oración quedo, por así decirlo, en el recinto de San Pedro. San Benito, cuyo nombre llevo como Papa, será un gran ejemplo de esto. Él ha mostrado el camino para una vida que, activa o pasiva, pertenece totalmente a la obra de Dios.
Agradezco a todos y a cada uno también por el respeto y la comprensión con la que han acogido esta decisión tan importante. Seguiré acompañando el camino de la Iglesia con la oración y la reflexión, con aquella dedicación al Señor y a su Esposa que he buscado vivir hasta ahora cada día y que quiero vivir siempre.
Les pido recordarme ante Dios, y sobre todo rezar por los cardenales llamados a una tarea tan relevante, y por el nuevo Sucesor del Apóstol Pedro: que el Señor lo acompañe con la luz y la fuerza de su Espíritu.
Invoquemos la intercesión maternal de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, para que nos acompañe a cada uno de nosotros y a toda la comunidad eclesial; a ella nos acogemos con profunda confianza.
¡Queridos amigos! Dios guía a su Iglesia, la levanta siempre también y sobre todo en los momentos difíciles. No perdamos nunca esta visión de fe, que es la única y verdadera visión del camino de la Iglesia y del mundo. Que en nuestro corazón, en el corazón de cada uno de vosotros, esté siempre la alegre certeza de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, es cercano y nos rodea con su amor. ¡Gracias!

Segundo Domingo de Cuaresma Ciclo C


Iglesia de la Transfiguracion, en el Monte Tabor, Tierra Santa
                   2ª semana de Cuaresma. Domingo C: Lc 9, 28-36

Todos los años en el 2º domingo de Cuaresma la Iglesia nos pone a consideración la escena de la Transfiguración del Señor. Este año el evangelista que lo narra es san Lucas, pues estamos en el ciclo C. Nos lo pone en este 2º domingo de Cuaresma, pues encierra una gran enseñanza para este tiempo. Se supone que hemos comenzado la Cuaresma con verdadero sentido cristiano de unirnos con Cristo, a quien consideramos ofreciéndose al Padre por nosotros en la Semana Santa. Por lo tanto debemos sentir más vivamente el arrepentimiento de nuestros pecados. La gran lección es que, si a Dios le parece bien que suframos un poco por nuestros pecados, no es porque quiera para nosotros el dolor, sino que es un paso para llegar a la felicidad de su gloria.

Habían pasado pocos días desde que Jesús les había dicho a los apóstoles que iban hacia Jerusalén donde iba a sufrir y morir por nosotros. Claro que también les había dicho que al tercer día iba a resucitar. Los apóstoles, sin embargo, habían atendido demasiado a la parte de los sufrimientos y no podían comprender cómo Jesús, a quien le tenían por Mesías, como lo había proclamado Pedro, podía morir tan pronto y de forma tan degradante. Estaban tristes. Ahora Jesús les quiere dar a los tres discípulos más íntimos como un pequeño adelanto de lo que será la resurrección y enseñarles la verdad de que su muerte dolorosa iba a ser un paso necesario o muy conveniente para la resurrección. Después de la resurrección de Jesús, darían una gran importancia a este suceso, como se verá en la predicación y cartas de san Pedro.

Jesús en aquel monte, delante de sus tres discípulos, se pone a orar. Pero es una oración tan sublime y mística que deja transparentar parte de su esencia divina. Esto se expresa por lo de los vestidos blancos y la presencia de la nube. Tan contentos están los discípulos que san Pedro está dispuesto a hacer unas tiendas para quedarse allí por mucho tiempo. Dice el evangelio que no sabía lo que decía, porque estaba como trasportado a otro mundo. Esta es una primera enseñanza: que Dios está con nosotros cuando nos ponemos en oración. A veces deja traspasar un poquito de su grandiosa presencia dando una felicidad que no lo pueden dar las cosas externas.

Pero Jesús les quería dar la principal lección: que todos los sufrimientos le llevarán a la gloria. Por eso aparecieron allí Moisés y Elías conversando sobre lo que iba a significar la muerte de Jesús. Nos viene a decir el evangelio que todo el misterio de la vida y muerte de Jesús es la culminación de todo lo enseñado en el Ant. Testamento, simbolizado por la ley y los profetas. Y es la gran lección que hoy nos da la Iglesia: que todos nuestros sufrimientos, llevados por amor a Jesús y llevados con El, nos reportarán una gloria, que un día lo veremos cuando estemos con Cristo en el cielo.

Jesús quería confirmar en la fe a aquellos apóstoles que no acababan de comprender las palabras de Jesús; y que de hecho no comprenderían hasta después de la resurrección. Hasta entonces el sufrimiento de la cruz sería para ellos un escándalo, cuando debería ser una esperanza en el triunfo definitivo. Así pasa hoy con mucha gente. Es muy difícil conocer el misterio de la vida de la Iglesia. Muchos sólo ven la parte externa y por lo tanto todo lo ven bajo su prisma materialista.

Hoy pedimos en el prefacio de la misa que el Señor nos dé a entender que “la pasión es el camino de la resurrección”. En el salmo responsorial se habla de “ver el rostro del Señor”. Ese debe ser nuestro anhelo de toda nuestra vida. Y como dice san Pablo en la 2ª lectura, esperamos que Cristo transfigure nuestro cuerpo en cuerpo glorioso como el suyo. A veces Dios nos da en esta vida pequeñas alegrías, que son como anticipos de la gloria futura. Sepamos agradecérselo a Dios. Pero sepamos que luego, como aquellos tres apóstoles, debemos ir a la vida ordinaria a ser testigos de Jesucristo. Y mientras tanto atendamos a la voz del Padre que nos dice: “Escuchadle”. Escuchando a Jesús y siguiéndole tendremos un día la gloria eterna.
Escrito por el P. Silverio Velazco

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI, miécoles de ceniza 2013

Venerados Hermanos,
queridos hermanos y hermanas


Hoy, Miércoles de Ceniza, comenzamos un nuevo camino cuaresmal, un camino que se extiende por cuarenta días y nos conduce al gozo de la Pascua del Señor, a la victoria de la vida sobre la muerte. Siguiendo la antiquísima tradición romana de las stationes cuaresmales, nos hemos reunido para la celebración de la Eucaristía. Esta tradición establece que la primera estación tenga lugar en la Basílica de Santa Sabina, sobre la colina del Aventino. Las circunstancias han aconsejado que nos reunamos en la Basílica Vaticana. Somos un gran número en torno a la tumba del apóstol Pedro, para pedirle también su intercesión para el camino de la Iglesia en este momento particular, renovando nuestra fe en el Supremo Pastor, Cristo el Señor. Para mí, es una ocasión propicia para agradecer a todos, especialmente a los fieles de la Diócesis de Roma, al disponerme a concluir el ministerio petrino, y para pedir un recuerdo particular en la oración.

Las lecturas que han sido proclamadas nos ofrecen algunos puntos que, con la gracia de Dios, estamos llamados a convertirlos en actitudes y comportamientos concretos en esta cuaresma. La Iglesia nos propone de nuevo, en primer lugar, la vehemente llamada que el profeta Joel dirige al pueblo de Israel: «Así dice el Señor: convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto» (2,12). Hay que subrayar la expresión «de todo corazón», que significa desde el centro de nuestros pensamientos y sentimientos, desde la raíz de nuestras decisiones, elecciones y acciones, con un gesto de total y radical libertad. ¿Pero, es posible este retorno a Dios? Sí, porque existe una fuerza que no reside en nuestro corazón, sino que brota del mismo corazón de Dios. Es la fuerza de su misericordia. Continúa el profeta: «Convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas» (v. 13). El retorno al Señor es posible por la ‘gracia’, porque es obra de Dios y fruto de la fe que ponemos en su misericordia. Este volver a Dios solamente llega a ser una realidad concreta en nuestra vida cuando la gracia del Señor penetra en nuestro interior y lo remueve dándonos la fuerza de «rasgar el corazón». Una vez más, el profeta nos transmite de parte de Dios estas palabras: «Rasgad los corazones y no las vestiduras» (v. 13). En efecto, también hoy muchos están dispuestos a «rasgarse las vestiduras» ante escándalos e injusticias, cometidos naturalmente por otros, pero pocos parecen dispuestos a obrar sobre el propio «corazón», sobre la propia conciencia y las intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta.

Aquel «convertíos a mí de todo corazón», es además una llamada que no solo se dirige al individuo, sino también a la comunidad. Hemos escuchado en la primera lectura: «Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión. Congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos. Congregad a muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la alcoba, la esposa del tálamo» (vv. 15-16). La dimensión comunitaria es un elemento esencial en la fe y en la vida cristiana. Cristo ha venido «para reunir a los hijos de Dios dispersos» (Jn 11,52). El “nosotros” de la Iglesia es la comunidad en la que Jesús nos reúne (cf. Jn 12,32): la fe es necesariamente eclesial. Y esto es importante recordarlo y vivirlo en este tiempo de cuaresma: que cada uno sea consciente de que el camino penitencial no se afronta en solitario, sino junto a tantos hermanos y hermanas, en la Iglesia.

El profeta, por último, se detiene sobre la oración de los sacerdotes, los cuales, con los ojos llenos de lágrimas, se dirigen a Dios diciendo: «No entregues tu heredad al oprobio, no la dominen los gentiles; no se diga entre las naciones: ¿Dónde está su Dios?» (v.17). Esta oración nos hace reflexionar sobre la importancia del testimonio de fe y vida cristiana de cada uno de nosotros y de nuestras comunidades para mostrar el rostro de la Iglesia y de cómo en ocasiones este rostro es desfigurado. Pienso, en particular, en las culpas contra la unidad de la Iglesia, en las divisiones en el cuerpo eclesial. Vivir la cuaresma en una más intensa y evidente comunión eclesial, superando individualismos y rivalidades, es un signo humilde y precioso para los que están lejos de la fe o son indiferentes.

«Ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación» (2 Cor 6,2). Las palabras del apóstol Pablo a los cristianos de Corinto resuenan también para nosotros con una urgencia que no admite abandonos o apatías. El término «ahora», que se repite varias veces, nos indica que no se puede desperdiciar este momento, que se nos ofrece como una ocasión única e irrepetible. Y la mirada del Apóstol se centra sobre la forma en que Cristo ha querido caracterizar su existencia como un compartir, asumiendo todo lo humano hasta el punto de cargar con el pecado de los hombres. La frase de san Pablo es muy fuerte: «Dios lo hizo expiación por nuestro pecado». Jesús, el inocente, el Santo, «que no había pecado» (2 Cor 5,21), cargó con el peso del pecado compartiendo con la humanidad la consecuencia de la muerte y de una muerte de cruz. La reconciliación que se nos ofrece ha tenido un altísimo precio, el de la cruz levantada en el Gólgota, donde fue colgado el Hijo de Dios hecho hombre. En este descenso de Dios en el sufrimiento humano y en el abismo del mal está la raíz de nuestra justificación. El «retornar a Dios con todo el corazón» de nuestro camino cuaresmal pasa a través de la cruz, del seguir a Cristo por el camino que conduce al Calvario, al don total de sí. Es un camino por el que cada día aprendemos a salir cada vez más de nuestro egoísmo y de nuestra cerrazón, para acoger a Dios que abre y transforma el corazón. Y san Pablo nos recuerda que el anuncio de la Cruz resuena gracias a la predicación de la Palabra, de la que el mismo Apóstol es embajador; un llamamiento a que este camino cuaresmal se caracterice por una escucha más atenta y asidua de la Palabra de Dios, luz que ilumina nuestros pasos.

En el texto del Evangelio de Mateo, que pertenece al denominado Sermón de la Montaña, Jesús se refiere a tres prácticas fundamentales previstas por la ley mosaica: la limosna, la oración y el ayuno; son también indicaciones tradicionales en el camino cuaresmal para responder a la invitación de «retornar a Dios con todo el corazón». Pero lo que Jesús subraya es que lo que caracteriza la autenticidad de todo gesto religioso es la calidad y la verdad de la relación con Dios. Por esto denuncia la hipocresía religiosa, el comportamiento que quiere aparentar, las actitudes que buscan el aplauso y la aprobación. El verdadero discípulo no sirve a sí mismo o al “público”, sino a su Señor, en la sencillez y en la generosidad: «Y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará» (Mt 6, 4.6.18). Nuestro testimonio, entonces, será más eficaz cuanto menos busquemos nuestra propia gloria y seamos conscientes de que la recompensa del justo es Dios mismo, el estar unidos a él, aquí abajo, en el camino de la fe, y al final de la vida, en la paz y en la luz del encuentro cara a cara con él para siempre (cf. 1 Cor 13,12).

Queridos hermanos y hermanas, iniciamos confiados y alegres el itinerario cuaresmal. Escuchemos con atención la invitación a la conversión, a «retornar a Dios con todo el corazón», acogiendo su gracia que nos hace hombres nuevos, con aquella sorprendente novedad que es participación en la vida misma de Jesús. Que ninguno de nosotros sea sordo a esta llamada, que nos viene también del austero rito, tan simple y al mismo tiempo tan sugerente, de la imposición de la ceniza, que dentro de poco realizaremos. Que nos acompañe en este tiempo la Virgen María, Madre de la Iglesia y modelo de todo auténtico discípulo del Señor. Amén.

© Copyright 2013 - Libreria Editrice Vaticana

CUARENTA HORAS

 
VEN HOY A ESTAR UN RATO A LOS PIES DEL SEÑOR JESÚS, PRESENTE EN EL SANÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR, EN LAS CUARENTA HORAS DE ADORACIÓN QUE HEMOS INICIADO ESTA MAÑANA A LAS 6:00AM. NUESTRO SANTUARIO PERMANECERA ABIERTO TODO EL DIA Y LA NOCHE HASTA MAÑANA VIERNES 15 DE ABRIL CUANDO CLAUSURAREMOS ESTAS CUARENTA HORAS CON LA CELEBRACIÓN DEL SANTO SACRIFICIO DE LA EUCARISTIA.

TRAE TUS INTENCIONES PARA PONERLAS A LOS PIES DE JESÚS, Y ÚNETE A NUESTRA PARROQUIA DE ESPINAR EN ESTAS CUARENTA HORAS QUE OFRECEMOS POR SU SANTIDAD BENEDICTO XVI, POR LOS CARDENALES QUE ELEGIRAN AL PROXIMO PAPA Y POR TODA LA IGLESIA UNIVERSAL, POR LA PAZ EN EL MUNDO Y EN PUERTO RICO, Y PARA QUE SE PRESERVE LA DIGNIDAD DE LA FAMILIA Y EL RESPETO POR LA VIDA DESDE EL SENO MATERNO HASTA SU MUERTE NATURAL.

PAZ Y BIEN.

Mensaje para la Cuaresma 2013 del Papa Benedicto XVI


 
«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4, 16)
Queridos hermanos y hermanas:
La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la Fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.
1. La fe como respuesta al amor de Dios
En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» {1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un "mandamiento'', sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» [Deus cantas est, 1). La fe constituye la adhesión personal –que incluye todas nuestras facultades– a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor.
Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por "concluido" y completado» {ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a).
El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor –«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14) –, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.
«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz -en el fondo la única- que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).
2. La caridad como vida en la fe
Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido.
Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).
Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad.
Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).
La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17).
En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).
3. El lazo indisoluble entre fe y caridad
A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica».
Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.
La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios.
En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Le 10,38-42).
La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria.
En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana.
Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Cantas en veritate, 8).
En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto –indispensable– con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.
A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de San Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10).
Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad.
Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente.
La Cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.
4. Prioridad de la fe, primado de la caridad
Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20).
La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud.
Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5).
La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano.
Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela germina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13).
Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de Cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.
Vaticano, 15 de octubre de 2012

Horario de Misas Miércoles de Ceniza

Mañana Miércoles 13 de febrero de 2013, iniciaremos la Santa Cuaresma en el Año de la Fe. Tendremos la Santa Misa con la Bendición e imposición de las cenizas a las 6:30am y a las 7:00pm en el Santuario-Ermita de Espinar. A las 11:00am Habrá una celebración de la Palabra con imposición de cenizas en cada Capilla de la Parroquia. Les recordamos, que mañana es día de Ayuno y abstinencia. Ofrezcamos nuestras oraciones y sacrificios cuaresmales por el Papa Benedicto XVI, por el próximo cónclave y por la Santa Iglesia.
Paz y Bien.

Guía práctica para manejarse con el Ayuno y la Abstinencia en Cuaresma [2013-02-12]


Acto penitencial.
Todos los viernes deben abstenerse de comer carne. Ayuno y abstinencia se guardarán el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Lo deben guardar personas entre 14 y 59 años, sanos y mientras no les afecte laboral y socialmente. Se especifica abajo que es el ayuno y que es lo permitido.












En Cuaresma y Semana Santa hay un énfasis especial en el Ayuno y la Abstinencia – como forma penitencial – entre los católicos, lo que genera una serie de dudas sobre cómo realizarla y sus bases espirituales.
Presentamos un material práctico para orientarse y enlaces a artículos de interés que explican la base espiritual, la sobrenatural, lo que ha hallado la ciencia sobre el ayuno y adicionalmente, ilustramos sobre los problemas que causa el comer mucho y la obesidad.

BASE DOCTRINAL Y BÍBLICA

Es una doctrina tradicional de la espiritualidad Cristiana que un componente del arrepentimiento, de alejarse del pecado y volverse a Dios, incluye alguna forma de penitencia, sin la cual al Cristiano le es difícil permanecer en el camino angosto y ser salvado
Ver: Jer 18:11, 25:5; Ez 18:30, 33:11-15; Jl 2:12; Mt 3:2; Mt 4:17; He 2:38
Cristo mismo dijo que sus discípulos ayunarían una vez que El partiera (Lc 5:35).
Algunos le dijeron: «Los discípulos de Juan ayunan a menudo y rezan sus oraciones, y lo mismo hacen los discípulos de los fariseos, mientras que los tuyos comen y beben.» Jesús les respondió: «Ustedes no pueden obligar a los compañeros del novio a que ayunen mientras el novio está con ellos. Llegará el momento en que les será quitado el novio, y entonces ayunarán (Lc 5:33-35)
La ley general de la penitencia, por ello, es parte de la ley de Dios para el hombre.

FORMAS DE PENITENCIA

La Iglesia por su parte ha especificado ciertas formas de penitencia, para asegurarse de que los Católicos hagan algo, como lo requiere la ley divina, y a la vez hacerle más fácil al Católico cumplir la obligación. El Código de Derecho Canónico de 1983 especifíca las obligaciones de los Católicos de Rito Latino (Los Católicos de Rito Oriental tienen sus propias prácticas penitenciales como se especifica en el Código Canónico de las Iglesias Orientales).
Canon 1250 En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma.
Canon 1251 Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miercoles de Ceniza y el Viernes Santo.
Canon 1252 La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres de que también se formen en unauténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia.
Canon 1253 La Conferencia Episcopal puede determinar con más detalle el modo de observar el ayuno y la abstinencia, así como sustituirlos en todo o en parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de caridad y prácticas de piedad.
La Iglesia tiene por lo tanto, dos formas oficiales de prácticas penitenciales (tres si se incluye el ayuno Eucarístico de una hora antes de la Comunión).

ABSTINENCIA

La ley de abstinencia exige a un Católico de 14 años de edad y hasta su muerte, a abstenerse de comer carne los Viernes en honor a la Pasión de Jesús el Viernes Santo.
La carne es considerada carne y órganos de mamíferos y aves de corral. También se encuentran prohibidas las sopas y cremas de ellos. Peces de mar y de agua dulce, anfibios, reptiles y mariscos son permitidos, así como productos derivados de animales como margarina y gelatina sin sabor a carne.

DEPENDE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

Los Viernes fuera de Cuaresma, la Conferencia de Obispos de USA obtuvo permiso de la Santa Sede para que los Católicos en los Estados Unidos pudieran sustituir esta penitencia por un acto de caridad o algún otro de su propia escogencia. Ellos deben llevar a cabo alguna práctica de caridad o penitencia en estos Viernes.
Para la mayoría de las personas la práctica más sencilla para cumplir con constancia, sería la tradicional de abstenerse de comer carne todos los Viernes del año. En Cuaresma la abstinencia de comer carne los Viernes es obligatoria en Estados Unidos así como en otro lugar.

AYUNO

La ley de ayuno requiere que el Católico desde los 18 hasta los 59 años reduzca la cantidad de comida usual.
La Iglesia define esto como una comida más dos comidas pequeñas que sumadas no sobrepasen la comida principal en cantidad.
Este ayuno es obligatorio el Miercoles de Ceniza y el Viernes Santo. El ayuno se rompe si se come entre comidas o se toma algún líquido que es considerado comida (batidos, pero no leche). Bebidas alcoholicas no rompen el ayuno; pero parecieran contrarias al espíritu de hacer penitencia.

LOS EXCLUIDOS DEL AYUNO Y LA ABSTINENCIA

Aparte de los ya excluidos por su edad, aquellos que tienen problemas mentales, los enfermos, los frágiles, mujeres en estado o que alimentan a los bebés de acuerdo a la alimentación que necesitan para criar, obreros de acuerdo a su necesidad, invitados a comidas que no pueden excusarse sin ofender gravemente causando enemistad u otras situaciones morales o imposibilidad física de mantener el ayuno.
Aparte de estos requisitos mínimos penitenciales, los Católicos son motivadosa imponerse algunas penitencias personales a sí mismos en ciertas oportunidades. Pueden ser modeladas basadas en la penitencia y el ayuno.
Una persona puede por ejemplo, aumentar el número de días de la abstención. Algunas personas dejan completamente de comer carne por motivos religiosos (en oposición de aquellos que lo hacen por razones de salud u otros). Algunas ordenes religiosas nunca comen carne. Igualmente, uno pudiera hacer más ayuno que el requerido.
La Iglesia primitiva practicaba el ayuno los Miércoles y Sábados.
Este ayuno podía ser igual a la ley de la Iglesia (una comida más otras dos pequeñas) o aún más estricto, como pan y agua.
 Este ayuno libremente escogido puede consistir en abstenerse de algo que a uno le gusta- dulces, refrescos, cigarillo, ese cocktail antes de la cena etc. Esto se le deja a cada individuo.

EL SENTIDO DE LA VOLUNTAD DE DIOS

Una consideración final. Antes que nada estamos obligados a cumplir con nuestras obligaciones en la vida.
Cualquier abstención que nos impida seriamente llevar adelante nuestro trabajo como estudiantes, empleados o parientes serían contrarias a la voluntad de Dios.

Fuentes: EWTN, Signos de estos Tiempos


La renuncia del Papa es una llamada

 

Fuente: infocatólica.com
A las 3:52 PM, por Bruno
Categorías : Iglesia en el mundo
Benedicto xviEn cuanto se ha hecho pública la noticia de la renuncia de Benedicto XVI, se han disparado los análisis sobre las causas y, sobre todo, sobre las consecuencias de su decisión. A mi entender, la renuncia del Papa es, ante todo, una llamada.
Una llamada a la conversión. Porque hoy, como todos los demás días, la conversión es el asunto más importante para cada uno de nosotros. En ese sentido, es una bendición que esto suceda cuando va a llegar la Cuaresma. Si vemos algo tan llamativo como el abajamiento de un Papa que renuncia a su cargo y pide perdón públicamente por sus defectos, quizá sea un signo de Dios para que nosotros, por fin, nos convirtamos.


Una llamada a poner los ojos en Cristo. Sólo Él es nuestro Señor. El Papa, como el último de los monaguillos, debe disminuir para que Él crezca. Los papas, como Vicarios de Cristo, prestan su servicio por un tiempo, hasta que mueren o renuncian, pero Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre.
Una llamada a dar gracias al cielo, como ha hecho el propio Papa en su anuncio. Grandes han sido las obras de Dios durante su pontificado y durante su servicio anterior como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Por su medio, Dios nos ha otorgado muchas bendiciones. Incluso debemos darle gracias por esta renuncia, aunque nos duela, porque todo sucede para el bien de los que aman a Dios. El cielo nos regaló un papa estupendo y ahora nos deja sin él. El Señor nos lo dio, el Señor nos lo quitó. Bendito sea el nombre del Señor.
Una llamada a amar a la Iglesia. No me cabe duda de que el gesto del Papa es un acto de amor a la Iglesia, para servirla como mejor cree que puede hacerlo en su debilidad. Que Dios nos conceda a todos ese mismo amor humilde a la Iglesia.
Una llamada a contemplar las cosas sub specie aeternitatis, desde el punto de vista de la eternidad. La Iglesia es tan antigua y nuestros proyectos humanos tan efímeros que la renuncia del papa se llama propiamente abdicación, porque la última vez que un papa renunció, también estaba abdicando como Rey de Roma y de los Estados Pontificios. Fue hace medio milenio. Quizá esto deba hacernos pensar que lo que importa es el plan de Dios y no nuestros planecillos y proyectos.
Una llamada a pensar como Dios y no como los hombres. El mundo sólo se fija en el poder. Por eso no entendió que Juan Pablo II permaneciera en su puesto en la humillación de su debilidad y tampoco entiende ahora que Benedicto XVI no se aferre al poder. El cristiano ve las cosas de otra forma. Lo que Dios quiera, como Dios quiera, cuando Dios quiera.
Una llamada a la fe y a la confianza en Dios. ¿Quién será el próximo papa? Muchos se lanzarán a maquinar, a sembrar inquietud, a hacer quinielas políticas de progresismo o conservadurismo. Otros sentirán miedo, temiendo que el próximo papa no sea el que consideran apropiado para la Iglesia. Nada de esto suceda entre nosotros. No sabemos quién será el próximo Papa, pero podemos confiar en Dios, porque las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia. Con Benedicto XVI, suplicamos a María, la Santa Madre de Dios, que asista con su materna bondad a los Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice.
Una llamada, finalmente, a orar por nuestro hermano Benedicto. Cuando se haga efectiva su renuncia, se dedicará a la oración y la contemplación y seguirá dando así la vida por Jesucristo y por la Iglesia. Dios le bendiga abundantemente y le sostenga en su vejez, en el camino hacia el cielo.

Comunicado de nuestro obispo Alvaro Corrada sobre la renuncia del Santo Padre


11 de febrero de 2013

 

 

A: Reverendos Párrocos, Vicarios, Sacerdotes, diáconos permanentes, hombre y mujeres en Vida Consagrada y a todos los fieles católicos de la Diócesis de Mayagüez:

 

Estimados en Cristo Jesús:

       El anuncio del Santo Padre Benedicto XVI presentando su renuncia como Sumo Pontífice nos toma a todos por sorpresa.

       Pido a los fieles, clero y hombres y mujeres en vida consagrada que dediquemos una novena de oración en cada Parroquia pidiendo por el Santo Padre.

       Pido que en esta Novena comencemos a pedir por la elección de un nuevo Papa al Ministerio de San Pedro como Obispo de Roma.

       Finalmente, pido a todos que oremos por la Iglesia una, Católica y Apostólica para que se mantenga fuerte en Cristo en su Misión salvadora al mundo de hoy.

 

 

                                                        S.E.R. Álvaro Corrada del Río, S.J.

                                                                    Obispo de Mayagüez

Su Santidad Benedicto XVI anuncia su retiro del cargo como Papa

 
Hermanos: Aquí les pongo el texto del anuncio que el día de hoy hiciera nuestro querido y amado Santo Padre Benedicto XVI al cargo de sucesor de Pedro. Oremos y ofrezcamos nuestros sacrificios de esta Santa Cuaresma que iniciaremos, por la salud del Papa Benedicto XVI y pidamos por todo el Colegio de Cardenales de nuestra Santa Madre Iglesia, para que se dejen guiar por el Espíritu Santo en la grande responsabilidad de elegir el sucesor 266 del apóstol San Pedro, Vicario de Cristo, y Papa de la Iglesia. Encomendémosle esta ardua tarea a la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, y que ella nos alcance un digno sucesor de Pedro, que sea fiel a Cristo y a la doctrina que hemos recibido de los apóstoles y así nos confirme a todos en la Fe Católica que hemos recibido.
Paz y Bien.
 
Fray Luis Oscar Padilla Cruz, OFMCap
Párroco Espinar
A continuación texto del mensaje del Papa anunciando su renuncia:
 
«Queridísimos hermanos,

Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran im...portancia para la vida de la Iglesia.

Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando.

Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado.

Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.

Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos.

Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.

Vaticano, 10 de febrero 2013.»

Reflexión del Evangelio para el Domingo 10 de febrero de 2013


Estatua de San Pedro, a la entrada de Cafarnaúm, Galilea, Tierra Santa
 
                      
 
5to Domingo del tiempo ordinario. Ciclo C: Lc 5, 1-11

Hoy nos presenta el evangelio la llamada definitiva a Pedro y sus compañeros. Ya Jesús había llamado para seguirle: a Pedro y su hermano Andrés, a los otros dos hermanos Juan y Santiago y alguno otro; pero su vida parece que alternaba entre estar con Jesús y hacer las labores y trabajos que siempre habían tenido. Hoy está Jesús predicando a la gente que está junto al mar y junto a unos pescadores que están lavando las redes.  Como se agolpaba mucha gente, Jesús prefirió predicar desde una barca. Para ello pidió permiso a Pedro. Esto tiene su importancia, pues Dios suele actuar así con nosotros: Cuando nos quiere pedir algo muy grande en lo interno, que al mismo tiempo es un gran don, comienza pidiéndonos algo más pequeño, quizá externo. Si no somos capaces de dar a Dios lo poco ¿Cómo vamos a ser capaces de corresponder a una llamada más importante que requiera todo nuestro ser?

Acabó la predicación y Jesús le dice a Pedro: “Rema mar adentro y echad vuestras redes para pescar”. Al papa Juan Pablo II le gustaba mucho esta frase y la aplicaba cuando había que hacer algo más grande y dificultoso, especialmente por los jóvenes. Entrar mar adentro es una invitación que conlleva riesgos de temporales inesperados, es una invitación al trabajo serio de cada día o de situaciones más difíciles. Por eso cuesta el apostolado cuando se preveen los riesgos y dificultades y quizá el hacer el ridículo, como a san Pedro le pareció la invitación de Jesús. “Remar mar adentro” significa la necesidad de arriesgar para ir a anunciar la palabra de Dios a ciertos ambientes y situaciones difíciles. Por eso san Pedro le manifestó a Jesús la que creía una gran dificultad diciendo que si, estando toda la noche pescando, que es cuando mejor puede hacerse, y no habían pescado nada ¿qué iban a coger entonces?

Sin embargo confía en Jesús y dice: “pero, ya que lo dices tú, echaré las redes”. Esta es una gran virtud necesaria para todo apóstol: la confianza en el Señor. En ese momento san Pedro se fía más de la palabra de Jesús que de la lógica de la situación. Muchas veces podemos experimentar que Dios nos desorienta con su manera de actuar. Ya había dicho el profeta: “Los pensamientos de Dios no son los nuestros, ni sus caminos son nuestros caminos”. Allí sobre pesca, la hora y las condiciones, Pedro es el experto; pero se fía de Jesús. En la vida del espíritu los frutos no dependen de nuestras fuerzas, aunque Dios quiere que colaboremos. La principal colaboración muchas veces será arrojarnos en las manos de Dios. Eso ya es un milagro. Por eso entonces el confiar de san Pedro fue el gran milagro. Luego vinieron los peces.

Ante el milagro viene el asombro y el temor en Pedro y los demás compañeros. Ante la grandeza de Jesús, se siente pecador, indigno de estar a su lado. Esta es una buena cualidad del apóstol ante la llamada de Dios. Hoy en la primera lectura, en otro ambiente: en el templo, en una gran liturgia, se presenta el Señor para llamar a Isaías. Ante la grandeza del Señor se siente indigno y “de labios impuros”. Esta sinceridad agrada a Dios para confiar algo grande, como agradó la humildad de su madre María. Era la disponibilidad que quería Jesús en Pedro y sus compañeros. Era como la disposición que manifestó el profeta Isaías al decir: “Aquí estoy, mándame”. Es la disposición que quiere Jesús hoy de cada uno de nosotros, si desde el fondo de nuestro corazón podemos decir: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
Vista del Lago de Galilea, desde una barca en medio del lago.
 

Ahora Jesús confía a Pedro su misión: “En adelante serás pescador de hombres”. Significa que en adelante se va a preocupar por distribuir la salvación de Jesús por los hombres. Dios respeta la libertad de los seres humanos; pero el apóstol debe anunciar generosamente la palabra de Dios, dejando el fruto a la virtud de esa misma palabra, o sea, al don del Espíritu Santo unido a la libertad humana. Desde ese momento Pedro y sus compañeros “siguieron a Jesús”. Esto requería dejarlo todo, familia y trabajo, para ir aprendiendo este seguimiento cada vez más total del corazón.
 
Escrito por el P. Silverio Velazco